Diciembre no es un mes propenso para disfrutar de un tiempo soleado. Mucho menos si hablamos de una ciudad como Londres. Pero, de vez en cuando, hay excepciones. De seis días, en la capital de Inglaterra, en cinco se vieron los rayos de un tímido sol. El cielo, además, despejado de nubes. Circunstancia tan increíble como cierto que en Londres abunda los días grisáceos con fina e intermitente llovizna y un frío intenso. Así es Londres; así es su tradición meteorológica. Y si hablamos de tradición hay que referirse a Wimbledon, al All England Club. Ambas tradiciones se fusionaron en nuestra visita a uno de los templos del tenis por excelencia.
Una visita guiada (en inglés) en donde no sólo te enseñan los lugares menos vistos de Wimbledon sino que te cuentan algún que otro secreto. La tradición siempre presente se fusiona con la amabilidad y concisa explicación del guía. La visita dura entorno a una hora y media, la cual se complementa, ya en solitario, con un solemne recorrido por el museo del torneo. El colofón es comer en el restaurante del torneo o hacerse con algún recuerdo en la tienda. Ni lo primero es caro ni tampoco lo segundo. Y sí es una visita de obligado cumplimiento para cualquier turista en Londres.
Así se ve la pista central de @Wimbledon #Wimbledon un día cualquiera… #tennis #tenis pic.twitter.com/infDSSy0nL
— Rafael Merino (@RM_rafamerino) 2 de diciembre de 2016
La visita guiada (la larga, pues la corta sólo se centra en acceder a la pista central) comienza por enseñar las zonas -cercanas a la pista central- donde tiene ‘plantados’ los tepes de césped que utilizaran en todas las pistas. El césped estará preparado para usarse cuando alcance los 8 centímetros de altura. Ni uno más ni uno menos. Y tanto aquí, como en resto de las pistas de competición, se usan lámparas de luz artificial como alternativa a la falta de sol y agua traída expresamente de Escocia para regar el césped. Tanto estas zonas como todas las pistas se encuentran electrificadas para evitar que los zorros se adentren en las mismas. Y durante el torneo, se contrata a una empresa de halcones para evitar la visita de las molestas palomas.
Lógicamente, ni en esta zona ni en ninguna otra, está permitido pisar el césped. Es lo más preciado para el All England Club. A este club, por cierto, es prácticamente imposible apuntarse como socio. “La única forma de ser miembro es que uno de sus integrantes se muera”, asegura entre risas nuestro guía. Aunque, verdaderamente, se necesita algo más: pagar unas 100 libras, ser avalado por tres socios del club y esperar una lista de más de 5.000 personas. Mejor suerte es si uno se llama Murray. El escocés vive en las cercanías y suele acudir a entrenarse con asiduidad a Wimbledon.
Durante la visita, nuestro guía, nos explica la remodelación de la pista número 1, en donde se están modernizando las instalaciones e instalando un techo retráctil, la cual no estará disponible para la próxima edición del torneo. También se detiene en la zona de hierba desde donde el público, sin entrada, puede ver los encuentros en las pantallas gigantes, y en cuyas cercanías se ubican los sets de televisión, y en la pista, una de las más humildes (apenas unas gradas y metida como en un foso) donde se dibujó el partido más largo en la historia del torneo.
En el interior del All England Club
Acto seguido, nos adentramos en las zonas más secretas: zonas exclusivas para los jugadores (destaca su comedor, con sillas y mesas de madera de lo más humilde), zonas de descanso para los jugadores; zonas de prensa, sala de conferencias (adonde deben acudir por obligación todos los jugadores tras sus partidos); estudios de televisión (especial mención para el de la BBC); el banco de los tenistas (donde éstos recogen sus ganancias; hubo un caso de una tenista que olvidó ir a recoger sus ganancias, que fueron donadas a las Asociación de Tenistas Profesionales), entre otras zonas nunca vistas si no se es tenista o miembro del torneo. Incluso se cuenta algún chascarrillo: como cuando echaron a Lewis Hamilton por presentarse en vaqueros y camiseta a la zona noble del torneo; o cuando obligaron a Federer a cambiarse de zapatillas porque éstas llevaban una pequeña franja naranja; o como cuando se tuvo que cambiar el reglamento al descubrirse un vacío en cuanto al color de la ropa interior de las tenistas.
El culmen de la visita, sin duda alguna, es acceder a la pista central, adonde se accede tras recorrer los pasillos que se nutren de aficionados durante el torneo; unas zonas decoradas con imágenes de todos los campeones en la historia del torneo. El único aspecto negativo es no ver los vestuarios. No se incluyen en la visita. Una lástima.
El broche: su museo
La solemnidad se traslada al museo, en donde, además de ver los trofeos que reciben los campeones, se ven raquetas antiguas, recuerdos de grandes tenistas, dejarse llevar por una visita en tres dimensiones, ver la evolución de la pelota de tenis y mirar y mirar multitud de imágenes y artículos (camisetas, zapatillas, raquetas…) de un gran valor histórico. Las imágenes hablan por sí solas de una visita que conjuga la tradición, la solemnidad e historia del tenis.